domingo, 13 de septiembre de 2009


La batalla contra mi "yo"
Por: Alfonso Aguiló

Para ser “señores”Combatir contra uno mismo es la batalla más difícil y, junto a ello, vencerse es la victoria más importante. Al intelecto corresponde regir la conducta humana, y esto constituye una pelea diaria contra todo lo que en nuestra vida debe mejorar, o contra lo que nos aleja de los objetivos que nos hemos marcado.
¿Pero no es poco natural eso de marcarse objetivos contra uno mismo...? No creas.
Sin excesiva formalidad, pero debemos conocernos un poco y tener claro cuáles son nuestros defectos dominantes para ir superándolos.
Debemos otorgar, en definitiva, a la inteligencia y a la voluntad ese señorío sobre todos los actos de nuestra vida. Repasemos unos cuantos detalles prácticos sobre señorío personal.

Señorío personal
Serenidad y equilibrio. Tiene múltiples manifestaciones en la vida diaria. Las personas serenas saben mantener la lucha en varios frentes sin azorarse, son capaces de tener dos cosas a la vez en la cabeza. No se vienen abajo cuando sufren un contratiempo.

Paciencia. Hay que aprender a esperar, a dar tiempo al tiempo. Como siempre, además, suelen ser precisamente los más impacientes y que más exigen a los demás quienes luego más transigen consigo mismos y con más facilidad justifican todo lo que hacen, incluso aquello que verían mal si lo hicieran otros.

Talante en la adversidad. Elegancia ante el fracaso o el triunfo. También es señorío saber hacer frente con elegancia al fracaso y al triunfo. No ser de esos que se les suben a la cabeza los primeros éxitos y se hunden luego al mínimo contratiempo. Si se viene abajo lo que estamos haciendo, hemos de ser capaces de volver a empezar sin nerviosismos o conservar la calma cuando todo va mal, y los demás pierden los papeles.
Quienes mantienen el aplomo y la entereza en circunstancias difíciles, tienen un especial atractivo humano, y los que no, dan pena. En cuanto algo no sale conforme a sus previsiones pierden su habitual buen talante y no hay quién les soporte.

Nobleza, lealtad. Señorío ante el agravio. Ser leal, mantener la palabra dada, no recurrir al insulto ante una afrenta, son también manifestaciones de señorío y clase humana. Igual que aprender a defenderse del inicuo agresor sin entrar en su sucio juego de injurias y de mentira, aún en su ausencia. Hemos de tener horror a la murmuración, que produce unos efectos demoledores en cualquier ambiente.

Dominio de uno mismo. Acostumbrarse a hablar bien de los demás, en cambio, es una costumbre muy recomendable. Todavía recuerdo con emoción el funeral de aquel amigo, excelente profesional, fallecido en un accidente de tráfico. Al terminar, uno de sus compañeros me decía: “mira, le tenía una gran estima porque sabía hablar bien de la gente; llevaba 18 años trabajando a su lado y jamás le oí murmurar de nadie”.

Control de la imaginación. A lo mejor empezamos a leer una página y tenemos que volverla a leer porque no nos enteramos de lo que dice por falta de atención. Quizá, ante algo con lo que soñamos, mostramos una inquietud grande, que raya en la ansiedad. O somos distraídos y fantasiosos, con tendencia al desánimo. Todas esas señales pueden ser consecuencia de la falta de un suficiente control personal de la propia imaginación. Una difícil batalla contra esa potencia humana que a veces se convierte en un enemigo íntimo que hace daño.
A todo el mundo le llegan momentos más o menos largos de desánimo o de pesimismo, y cada uno de nosotros debemos saber que no somos excepción. En muchos casos esas crisis provienen de un excesivo darse vueltas alrededor de uno mismo con la imaginación, y desaparecerían con un poco de disciplina mental, sabiendo orientar —como un guardia de circulación— esos pensamientos inútiles que a veces tanto estorban. Ese sano dominio sobre la fantasía y de la memoria será una protección ante los peligros del pesimismo, la tristeza y la vanidad.




Un sano olvido. Rechazo de la envidia. A cuántos les viene la tristeza por las rendijas de la envidia, porque se alegran de los fracasos de los demás y en absoluto sufren con sus dolores o preocupaciones. No les sucedería si cortaran de raíz cualquier asomo de desazón o de celos por esta causa.

Borrar el resentimiento. Otro de los peligros de ese mundo interior enrarecido del que hablamos es que sirve de caldo de cultivo de agravios y rencores de todo tipo. Es un ambiente cerrado donde a veces sólo se mantiene el recuerdo de las afrentas y de los desplantes. Hemos de aprender a perdonar y a olvidar, que son llaves de entrada a esa preciada paz interior.
Ante un enfado hay que preguntarse: ¿vamos a mantener en la memoria estas palabras de hoy que nos separan? Si alguien tiene una queja contra mí, si yo tengo una queja contra alguien... ¡vamos a olvidarla o vamos a arreglarla! Parece a lo mejor difícil, pero muchas veces la paz está en el olvido y en el mutuo entendimiento.

Orden. Otro punto importante es el orden en la cabeza, ser dueños del propio tiempo y de la agenda, tener un claro orden de prioridades en lo que hemos de hacer, no empezar siempre por lo que más apetece, o reviste una urgencia momentánea sin pararse a pensar si eso es lo más importante. El mundo está lleno de hombres perezosos que no paran de trabajar y de moverse...

“Sin prisa pero sin pausa” Oye, un momento, ¿cómo es posible eso? Es la pereza activa: hacer cosas constantemente, pero no las que deberían hacerse. Hay estudiantes que cuando tenían que estar estudiando despliegan otras grandes actividades, de por sí buenas, pero inoportunas; padres de familia que no paran de ir de un lado a otro cuando deberían estar con su mujer y sus hijos; trabajadores maniáticos que se entretienen en detalles inútiles dejando escapar lo principal de su tarea. Es la común tentación de hacer lo urgente antes que lo importante, lo fácil antes que lo difícil, lo que se termina pronto antes que lo que requiere un esfuerzo continuo.
Con un poco de orden se puede sacar tiempo para todo: el padre de familia para los suyos; el profesor, para mejorar su preparación; el trabajador empedernido, para su descanso y diversión; y todos, para su trato con Dios y para cultivar el espíritu. Es evidente que no se puede llegar a hacer en la vida todo lo que uno quisiera porque no hay tiempo. El problema es por dónde se recorta, y esa decisión no la debe tomar el capricho.



Escuchar la corrección. Otra gran cualidad del hombre sensato es saber escuchar la corrección del amigo leal. No ser de esos que sólo admiten adulaciones, que no se les puede decir nada. Que si, a solas y con caridad, un buen amigo les advierte de algún detalle que afea su conducta, jamás lo admiten o lo toman a mal. Son personas que parece que todo lo tuvieran que hacer bien por definición. Nunca reconocen su error, no se aplican aquello de que “de sabios es rectificar” y, en el fondo, son muy ignorantes por culpa de su cerrazón ante toda idea que no sale de su propia cabeza.
Por el contrario, debemos guardar un especial afecto y estima a las personas que alguna vez han tenido el valor necesario para advertirnos de algo que en nosotros no iba bien, y agradecérselo.

VIOLENCIA ENTRE ADOLESCENTES



El bombardeo sexual desata la violencia de los menores

Fuente: Semanario Alba (España 2009)


Coquetean con el alcohol y las drogas y hablan de sexo con sus amigos. Con 13 años, los niños y niñas españoles reciben desde revistas, series, películas y campañas gubernamentales mensajes que frivolizan la sexualidad, pero nadie les habla de responsabilidad, de límites ni de control. El resultado: una juventud que no sabe, o no quiere, discernir entre bien y mal.
En menos de 20 días, dos niñas de 13 y 12 años han sido amedrentadas, amenazadas y violadas en Andalucía. Sólo uno de los 13 implicados, de 22 años, ha sido sometido a la justicia adulta. Los otros 12, uno por ser discapacitado psíquico y el resto por no alcanzar la mayoría de edad, están ahora internados en centros de tutela o en sus casas, como si nada hubiera pasado.
Se les aplica la Ley Orgánica 8/2006, de 4 de diciembre, que regula la Responsabilidad Penal de los Menores, según la cual los menores de 14 años son inimputables - no responden ante la Justicia- y los menores de entre 14 y 18 años deben ser castigados de acuerdo con las penas establecidas en la ley, que nunca contemplan la cárcel.
Casos como el de las niñas violadas en Andalucía, la muerte de Marta del Castillo -violada y asesinada presuntamente a manos de un menor de edad- o la tortura y asesinato de Sandra Palo reabren siempre el mismo debate: ¿debe reformarse la ley?, ¿deben responder ante la justicia en casos de delitos graves como asesinato o violación, los menores de 13 años? Paralela al debate discurre casi siempre la misma reflexión de expertos: no se puede reformar la ley por casos concretos; no se debe legislar con la carga emocional que implican hechos tan trágicos y, sobre todo, no se puede buscar la solución a esta terrible realidad en un castigo de mayor gravedad, sino en la prevención de unas conductas incomprensibles en chicos de esa edad.
¿Cuáles son las causas?
Para tratar de prevenir y frenar esta violencia sexual en los menores hay que ahondar en las causas. Ya en 2008 la Memoria de la Fiscalía alertaba del aumento de la delincuencia juvenil y se refería a la "desestructuración de las familias", a la influencia de los "medios de comunicación que inciden en la adquisición de valores en los que la violencia es un recurso aceptable socialmente" y a la "ausencia de límites y control parental" como causas.
Señala también la "permisividad e inconsistencia de pautas educativas" y la "falta de transmisión de valores pro sociales", las "actitudes tolerantes y las reformas legales que socavan la autoridad de los padres en el ejercicio razonable de la necesaria corrección y sanción a los hijos" y recuerda que la cultura del todo vale, en ocasiones “incitadora o justificadora de la violencia”, está vez cada vez más presente en la juventud.
Además los menores viven hoy en una sociedad mediatizada por el sexo. Experimentan un auténtico bombardeo de mensajes que frivolizan las relaciones sexuales desde series de televisión, campañas de salud sexual, revistas adolescentes y un largo etcétera. El sexo se presenta como algo normal entre niños de 13 o 14 años. Se habla del preservativo, pero no de las implicaciones emocionales que supone mantener relaciones sexuales e incluso alguna revista ofrece pistas para gozar del «sexo sin compromiso».
Una juventud sexualizada y a la que no se ha inculcado responsabilidad ni autocontrol es caldo de cultivo para actos violentos. Si se añade que los menores consumen alcohol desde edades muy tempranas y consideran normal fumar porros, según señala la Fiscalía, empieza a entenderse que las páginas de sucesos se llenen de noticias como las de Huelva y Córdoba. En 2004 más de 200 menores (de 14 a 18 años) fueron condenados por delitos contra la libertad sexual; esta cifra aumentó en 2005, año en que la Fiscalía conoció más de 1.300 cuestiones criminales de este tipo. En 2007, últimos datos oficiales de la Fiscalía y el INE, 109 menores fueron condenados por los mismos delitos y se produjeron, en total, 1.500 agresiones contra la libertad sexual.




¿Qué ha llevado a esos chicos a cometer delitos tan graves?, se pregunta el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda, en el diario El Mundo. "A lo mejor nos damos cuenta de que la falta de valores, la banalización de las relaciones sexuales y la violencia que día a día ven nuestros hijos en las series de televisión, el relativismo moral y la falta de atención por parte de los padres tienen algo que ver en todo esto", señala Canalda. "¿Qué ocurre para que los menores tengan valores tan dislocados?", decía el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, quien también apelaba a una mejor educación, pero que insiste en imponer una asignatura como Educación para la Ciudadanía, gran trivializadora del sexo. "A lo mejor es el momento de que, como padres y como sociedad en general, digamos basta ante tanto desatino. Las reformas legales vendrán luego", concluye Canalda.
Todos coinciden; ahora falta actuar.